UN REBECO IRREPETIBLE
«Con los prismáticos rastreando las ultimas laderas apareció una joya. El paisano que nos acompañaba nos miró pensando que rechazaríamos un trofeo imperfecto»
Aquel que prueba la caza de montaña no la deja nunca más, ¿Qué por qué? Pues porque un trocito de tu alma queda allí arriba, en las cumbres, donde la libertad lo embriaga todo y tarde o temprano vuelves una y otra vez a respirar la verdadera esencia de lo salvaje, créanme, no se olvida.
Pues en una de esas búsquedas de libertad nos dirigimos, una vez más, a los preciosos Ancares leoneses. Teníamos intención de pasar tres maravillosos días entre piedras y brezales, para tratar de dar caza a uno de los animales con los que más me gusta medirme, el rebeco. No obstante, las previsiones meteorológicas iban a dificultar la aventura en gran medida, sobre todo a partir del segundo día.
Preparando el equipo la tarde anterior me di cuenta de la gran cantidad de cosas y peso que hoy día llevo en mis salidas montunas, a todo el equipo de caza le he añadido un equipo de grabación muy completo y es que ya no concibo salir al monte sin él pues siempre necesito de alguna manera inmortalizar mis vivencias para verlas una y otra vez, es mi forma de robar esos preciados momentos que el monte nos regala a cuenta gotas para degustarlos una y otra vez en la soledad de mi estudio.
Vuelta a los Ancares
Volvíamos un año más a los Ancares, uno de los mejores lugares para dar caza al emblemático rebeco cantábrico. Rumbo ya a la montaña, con más ilusión que un niño el día de Reyes, llegamos a las preciosas sierras que albergan los Ancares que, con el plus de colores que el otoño le otorgaban, creaban una estampa de una belleza superlativa, de esas que te dejan sin palabras, de las que no se pueden describir, imponentes. Yo desde el minuto uno estoy recogiendo todo lo que mis humildes objetivos son capaces de captar, sin saber muy bien a que enfocar, pues cada rincón era mejor que el anterior.
Ya con el equipo preparado y las mochilas a la espalda, nos dispusimos a subir a la sierra por un maltrecho camino que puso a prueba botas y cuádriceps quizás más de lo necesario hasta llegar a un abierto en el que la niebla nos ocultó momentáneamente de una gran cabrada de rebecos que nos miraba fijamente a unos 200 metros, cuerpo a tierra para disimular una silueta que para los residentes habituales del monte resultaría más que sospechosa. Eran un grupo de hembras, crías y algún macho joven ya, sin pretensiones cinegéticas, grabé todo lo que pude. Estábamos buscando un rebeco representativo y al ver esta cabrada tan pronto, nos pareció que no resultaría complicado dar con él, nada más lejos de la realidad.
Continuamos montaña arriba por sendas viejas de ganado que hacían un poquito más fácil la subida, pero sin convertirla en cómoda, para nada. Cuando te sometes a un esfuerzo físico de esta magnitud uno se da cuenta de que no está todo lo preparado que se imaginaba. Íbamos conquistando picos cada vez más altos para coger perspectivas que dominaran cada vez más terreno y más laderas descubriendo así estampas hermosísimas de pedrizas y bosques otoñadosque personalmente me dejaban alucinado. Rebecos, muchos rebecos, me estaba hinchando a grabar, pero ninguno era lo que estábamos buscando hasta que llegó la hora del bocadillo que, ¿Dónde está? Bien, se quedó en el coche. Por suerte teníamos unas bolsas de frutos secos (algo que aprendí hace años de veteranos recechistas de montaña) y algunas bolsas de gel energético que siempre van en las mochilas por si acaso.
Después de esta pequeña parada seguimos subiendo cumbres para descubrir estampas cada vez más bonitas, y aproveché todo lo que pude para hacer fotos que, muy malo has de ser para que no queden preciosas. Rebecos a la carrera, rebecos en celo, cabradas de hembras, rebecos trofeo, rebecos con cuernos rotos… nada de lo que estábamos buscando se dignaba a aparecer. Miramos las previsiones del tiempo para los días posteriores para comprobar que habían empeorado tanto que iban a hacer imposible la caza, la presión aumentaba pues llevábamos casi 7 horas cazando y la niebla empezaba a aparecer lentamente a la par que los escasos minutos de luz que nos quedaban, metían más presión al momento si cabe.
Decidimos, muy a nuestro pesar, emprender la vuelta al coche, eso sí, trazaríamos una ruta diferente de regreso para intentar arañar alguna posibilidad de avistamiento que pudiera cambiar nuestra suerte en esta, ya de por sí, agotadora y exigente jornada de rececho.
Más rebecos lejísimos que el telescopio nos acercaba para comprobar que no eran objetivo posible, a todo esto, la niebla seguía subiendo y el sol se iba fundiendo con el horizonte… desistimos y nos pusimos a caminar apresurando la marcha pues, a buen seguro esta vez, nos pillaría la noche en el monte.
La tarde tocaba su fin…
La tarde estaba tocando a su fin y decidimos regresar sabiendo que los días posteriores el tiempo nos impediría cazar. Íbamos haciendo paradas para dejar descansar las piernas y dar un trago de agua, cuando en una de ellas y con los prismáticos rastreando las ultimas laderas apareció una joya. Un rebeco con un cuerno torcido totalmente atípico que lo convertía en un trofeo muy, muy difícil de ver… estaba lejos, y el paisano que nos acompañaba por un instante nos miró pensando que rechazaríamos un trofeo imperfecto para comprobar en nuestras sonrisas, que haríamos todo lo posible por intentar un lance a pesar de la hora, de la niebla y de lo que fuera, un trofeo así quizás no lo vuelvas a ver en la vida. En marcha…
Rápidamente trazamos la estrategia y tomando la dirección del viento decidimos hasta qué punto deberíamos llegar para intentar un disparo con garantías de éxito para, después de atravesar una vaguada de impenetrable brezo y pedrizas imposibles ponernos a unos 250 metros del rebeco, distancia ‘cómoda’ para el .270 Stutzen que llevábamos ese día.
Si ya de por si el momento del disparo es siempre tenso, con un trofeo así os podéis imaginar, a todo esto, la niebla estaba empeñada en salir en la película entorpeciendo en todo lo posible la visión. Llegamos al punto acordado, un árbol serviría para apoyar el rifle y buscar la estabilidad necesaria para intentar un disparo que se complicaba por momentos, tensión, cámaras grabando…
«¿Lo tienes cogido? Si, dale cuando quieras». Y el .270 rompe la tensión con un estruendo que retumba entre las peñas de aquella vaguada, acto seguido el rebeco pega un salto que indica que va bien tocado, un poco bajo, pero lleva un tiro letal. Le doblamos el disparo para alcanzarlo por segunda vez y asegurar así un trofeo irrepetible. A los pocos segundos el animal se desploma desde unas peñas cayendo en un tupido brezal.
Un animal único
Nos acercamos todo lo rápido que pudimos a él, pues la noche iba asomando poco a poco su cara. Qué maravilla de animal, un ejemplar único que fue el elegido para ocupar un lugar especial en nuestros recuerdos. Abrazos, emoción, ilusión, incredulidad… ese momento que todos conocemos y, además, la alegría ¡de haberlo podido grabar todo!
Ya de vuelta al coche, con la noche bien metida (y dando gracias a que llevo siempre una pequeña linterna) con una cara bien diferente a la de apenas hacía una hora, nos dimos una paliza terrible como nunca antes nos habíamos dado, las piernas en ocasiones claudicaban, los pies ardían y la espalda estaba al límite, pero cualquiera que nos viera la cara podría decir que veníamos del mejor de los paraísos.
Todos mis respetos para ti verdadero rey de las cumbres, tendrás mi admiración por siempre, he aquí mi pequeño homenaje para inmortalizar tu estampa en vídeo y convertirte en eterno ya no solo en mis recuerdos sino para el resto de los que de verdad te aprecian y valoran.
Aquí os dejo el vídeo reportaje con la ilusión de compartir mis vivencias con vosotros.
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